He aquí que estoy sentada, de frente a las cajeras. Con dolor de estomago y mal humor. El tiempo pasa lentamente y yo, que me quiero marchar desde hace rato, empiezo a enfadarme. Mi padre está encantado mirando herramientas, va de un pasillo a otro. Mi madre lo sigue sonriendo por el mero placer de verlo observar las cosas como un niño. Hace diez minutos decidí venir a sentarme, a mi no me place andar recorriendo de aquí para allá pasillos y más pasillos llenos de herramientas y más herramientas; a mi la carpintería, la plomería y los materiales para la construcción no me agradan nada.
Y aquí estoy, observando a la gente que pasa a pagar esos utensilios. Me doy cuenta de que cajeras y cajeros usan fajas para poder levantar los objetos pesados. Empiezo a notar que a todos se les ve de distinta manera. Frente a las cajas los demás empleados pasan una y otra vez y he aquí que te veo: Camisa beige y jeans azules, tu cabello negro tan bien peinado llama inmediatamente mi atención. “Uno de esos chicos guapos que jamás voltean a ver a uno”, pienso mientras te miro con insistencia, sin disimulo, pues sé que no voltearás. Y entonces sucede, volteas hacia tu izquierda y me ves, sentada en esa banca, mirándote fijamente. Pasa de largo por ese inmenso pasillo y yo, un poco sonrojada me quedo con la imagen de tu rostro. “Bueno, después de todo no ha sido tan mala idea esperar aquí”. Pasan dos minutos, y de pronto te veo regresar, por el mismo pasillo, al pasar frente a mi de nuevo me miras, sostengo la mirada mientras pienso: “Vaya, a la tercera no es casualidad”. Sonrió debido a que mi comentario me ha parecido infantil, y así me siento, como una niña entusiasmada con un juego ingenuo. Espero, unos minutos y se repite la tercera y de paso la cuarta vez. En tu rostro hay una expresión de ¿agrado? No es simple curiosidad la que te incita a verme, a los ojos, hay sorpresa en la breve sonrisa que me lanzas la quinta vez y nerviosismo en la sexta. Empiezo a desear que mi padre pretenda comprarse toda la tienda y tarde tres horas más. Pero no. Ahí vienen los dos, “¡sólo un taladro, no, regresen hacen falta más cosas!”, pienso, mientras observo a uno y a otro lado del pasillo, nada, no apareces. “Vamonos”, escucho la voz de mi madre. Una última mirada frente a la salida, nada, te has esfumado. ¿Un sueño? Lo suficiente para dormir sonriendo todos estos días.
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ResponderBorrarHola Perséfone, me encanta tu Blog, lo seguiré y espero aprender muchas cosas contigo.
ResponderBorrarUn beso
Boscan