Parece que fue ayer cuando conocí a Jaime Sabines, parece que el tiempo no ha pasado desde que lo vi tan claro, tan perfecto en uno de sus poemas. ¿Y cómo no quedar prendada de ese hombre que describía a la perfección todo lo que mi alma albergaba:
No lo salves de la tristeza, soledad,
No lo cures de la ternura que lo enferma.
Dale dolor, apriétalo en tus manos,
Muérdele el corazón hasta que aprenda.
No lo consueles, déjalo tirado
Sobre su lecho como haz de yerba.
Porque sus palabras constituyeron todo lo que en aquel tiempo tuve:
Cuando tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y veras que hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.
Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete
y ya.
Y cuando escuche su voz, cuando escuche su voz, el amor llegó a mi vida, años más tarde entendería en toda su extensión y con toda su complejidad lo que el amor significaba:
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.
Y nuestro idilio se prolongara eternamente, porque en cada noche oscura de mi vida sabré que:
No quiero paz, no hay paz,
quiero mi soledad.
Quiero mi corazón desnudo
para tirarlo a la calle,
quiero quedarme sordomudo.
Que nadie me visite,
que yo no mire a nadie,
y que si hay alguien, como yo, con asco,
que se lo trague.
Quiero mi soledad,
no quiero paz, no hay paz.
jueves, 19 de marzo de 2009
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