Matías se acomodó en una silla; colocó el montón de hojas sobre la mesa y tomando la pluma intentó escribir. Tras unos segundos de silencio desistió de su propósito. ¿Para qué escribir esa historia; para qué contarle al mundo lo ocurrido si sabía que nadie lo creería?
Escuchó el sonido del viento allá afuera; los cristales de las ventanas temblaban una y otra vez, anunciando la llegada de la que sería una noche de insomnio para él. Una vez más intentó emprender la tarea que se había propuesto, acomodó las hojas y empezó a escribir mientras el viento despojaba de sus últimos ropajes a los árboles.
Hace días que no llueve en el pueblo; el acontecimiento ha mantenido demasiado alteradas a las mujeres, acostumbradas a repetir una y otra vez historias de gente viviendo entre la humedad y la tristeza que se le pegan a uno al cuerpo, como una especie de moho, a consecuencia de la lluvia que no ha cesado de caer en ocho años, hasta la mañana de este martes.
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