Quizá nunca termine de madurar; probablemente con el paso de los años no perderé mi costumbre de ver caricaturas, ni mi capacidad de sorprenderme por cosas aparentemente insignificantes; quizá mi edad irá siendo cada vez más avanzada y aún así seguiré con comportamientos infantiles; sin embargo, hace algunos días, se fue lo último que me quedaba de mi infancia.
Cuando somos niños, hay muchas personas que son fundamentales para nosotros, están nuestros padres, nuestros amigos, nuestros abuelos. En mi caso, aparte de mis papás, hubo dos personas que contribuyeron enormemente para hacer de mí la persona que ahora soy.
Crecí con mi abuela paterna, vivía cruzando la calle, a unos cuantos pasos. Pasé todas las tardes de mi infancia con ella. Eramos fanáticas de las 'coca colas' de medio litro; del café con galletas y de la televisión. Ella conocía todos mis gustos, ayudó bastante para convertirme en una malcriada: mole 'rebajado' para que no me picara, morelianas, machacado, chocolate, entre muchas otras cosas. Siempre admiré lo fuerte que era; jamás, y hablo de cerca de diecisiete años, escuché que se quejara de algo. Durante su enfermedad su principal preocupación fue evitar que nos preocupáramos por ella.
Era terca, creo que heredé eso de ella, era terca y tenía sus ideas acerca del mundo, ella era la matriarca en mi mundo infantil. Me enseñó a decir buenos días y a decir gracias; a mantener la calma y a concentrarme. Era una mujer que gustaba de conversar pero que disfrutaba de los silencios.
Recuerdo que pasé muchas tardes con ella escuchando la radio, viendo televisión, empacando palomitas y frituras y demás cosas que vendía en la tiendita. Me gustaba cuando papá salía y nos quedábamos con ella hasta muy tarde. Crecí escuchándola conversar bajo las estrellas con mi madre. Ella se fue hace tiempo y fue el primer 'gran golpe' que la vida me dio, pero fue y es tan importante en mi vida que la recuerdo con mucha frecuencia; cuando me siento débil recuerdo que se puede ser fuerte; cuando siento que la gente es insoportable, pienso que no todos son iguales; cuando no me siento bien siendo yo, siento que podría ser un poco como ella. Se fue hace exactamente cinco años y la mitad de mi infancia con ella.
Hace poco, se fue mi bisabuela materna, mi segunda gran figura. Debo admitir que por la distancia fueron muy pocas las veces que pude convivir con ella; sin embargo, ella siempre representó la felicidad y la nobleza, no sé cómo explicarlo pero siempre hubo tal bondad en su mirada que me hacía sentir feliz tan solo con mirarla. Vivió 98 años. Y yo pienso que para vivir tanto tiempo ella tuvo una buena vida, y por buena vida me refiero al plano emocional, al equilibrio, a la felicidad. Ella perdió a sus padres cuando era niña, ellos murieron en una epidemia. Vivió en la época en que la revolución asolaba al país y aún así siempre hubo una sonrisa en su rostro. En su funeral hubo muchisimas personas y cuando alguien dijo 'Todo el mundo la quería' supe que no era la tan trillada frase; era verdad, mi bisabuela era la madre, la abuela, la tía de muchas personas a las que ella adoptó a lo largo del tiempo. 'Mariquita', como todos la llamabamos, me enseñó que se puede ser feliz y se puede sonreír en esta vida; que la bondad aún existe en el mundo y que no hay nada que nos impida buscar la alegría en otros y en nosotros mismos.
Con ella se fue la otra mitad de mi infancia. Sin embargo, sé que los buenos recuerdos jamás se irán. Porque el haber tenido la suerte de conocerlas me hace encontrar un poco de fe y paz en este mundo de locos. Ahora esa infancia (una bonita infancia como alguien me hizo entender hace poco) se encuentra muy bien guardada dentro de mí y aunque haya desaparecido exteriormente siempre va a acompañarme.
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