Contemplando la luna el lobo perdió su nombre,
olvidó cada lágrima,
cada trozo de carne que sus garras conocieron,
se curó las heridas con el roce de unos labios.
Melodía sin fin,
notas se enredaron en sus ojos,
surcaron el pelaje yermo,
encarnaron en sus fauces otorgándoles perdón.
La luna regalo a la noche su silencio,
sonata interminable que transformó al humano en aire,
y en frágil sueño al lobo que antaño fuera humo.
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