lunes, 15 de septiembre de 2008

OBALDA IV

Cuando Matías despertó había dejado de llover. El sol, oculto durante un año debido a la lluvia que no dejó de caer, iluminaba cada rincón del pueblo de Obalda.

Matías, sorprendido por el silencio de esa mañana, se lavó el rostro e intentó acomodar la necedad de su cabello con poco éxito, mientras pensaba en los árboles que en el patio intentaban superar el ahogo en el que habían permanecido por tanto tiempo.

Encontró a su madre mirando por la ventana, le pareció tan concentrada que no quiso interrumpirla y salió a la calle sin despedirse. Lo recibió una sensación casi olvidada de calor. Pudo notar cómo los charcos formados en las calles empezaban a evaporarse y cómo los animales empezaban a aparecer por doquier luego de que permanecieran ocultos –desaparecidos, según las teorías de otros- durante todo el tiempo en que el cielo descargó su humedad sobre Obalda.

Por todos lados se podía percibir el efecto que la salida del sol provocó en el pueblo. Durante su trayecto, Matías pudo ser testigo de cómo Librada Peralta, la beata del pueblo, convencida de que sus ideas diluvianas eran falsas se lanzaba desnuda a las calles ofreciéndole su cuerpo a todo aquel con el que se topaba. “Ayúdame a perder la castidad, que con rezos no se llega al cielo” le dijo de frente a un Matías que, perturbado por el calor o por la visión de esa mujer de largos cabello y un cuerpo que conservaba el aroma de la juventud, se pasó de largo.

Pudo notar como un aroma distinto se respiraba en el pueblo; Obalda había sido durante un año un lugar triste desde el inicio de lo que muchos habían comenzado a llamar “El diluvio obaldavial”. Las costumbres se habían modificado a consecuencia del capricho de la naturaleza; hubo que abandonar las festividades; cambiar el estilo de vida; adaptarse a la humedad antes de que esta terminara por consumir todo con su lento pero imparable espíritu devorador; por eso no le sorprendió ver a las mujeres barriendo los patios con una imperturbable sonrisa ni escuchar cómo los hombres que se dirigían a sus labores entonaban canciones mientras el vapor que emanaba la tierra los iba cubriendo lentamente.

Matías pensó en Rufina, en su boca llena de promesas y placeres nocturnos, por alguna razón pensaba que si ella se había ido poco antes de la lluvia irremediablemente regresaría con el cese de esta; sin embargo al pasar por su casa pudo ver las destartaladas ventanas y el ya derrumbado techo acompañados de la soledad de siempre.

“Se fue con el viento, entonces vendrá con él” pensó intentando consolarse…

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