A TI NO TE DERRIBARÁ la muerte.
A ti jamás te tocará el olor maldito de la tumba
aunque las leyes de la flor, la insobornable
rueda del verano se deslice, y perturben
y acosen tu belleza.
Gacela, grulla o corza
como una madre tierna te cobijo,
pero tiemblo si un golpe lúgubre
de realidad te toca.
Conjuro la presencia de lo eterno.
Brillante lágrima de sol:
yo desperté a la serpiente,
yo vi temblar al unicornio,
yo desaté al dragón enfurecido.
Frágil, perturbado,
para cantar escucho el ritmo lento del silencio,
para amar me sumerjo en el vacío.
¿Quién dice que el terror calcina?
Desde la esfera más alta entrego
mi voz en el océano.
Y palpito
y me erizo
y me consagro
ciego.
Turbo la turbia tarde.
El corazón alberga rosas, muñones agrios,
amargas fauces que devoran.
También es puño enronquecido.
Pero me doy a ti cual caracol sediento.
Delirio, purificada brasa que palpita,
¿ante la Luz qué hacen los ciegos?
Me inclino, hierba endeble, si me miras.
Mi corazón naufraga en ola súbita.
Fulgor sonoro al mediodía eres,
arena humedecida la ternura.
México-Tenochtitlan, enero 5 de 1998
Del libro Razones de la voz
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