El telegrafista contó las palabras. El médico no le puso atención. Estaba pendiente de un voluminoso libro abierto junto al manipulador. Preguntó si era una novela.
-Los Miserables, Víctor Hugo -telegrafió el telegrafista. Selló, la copia del telegrama y regresó a la baranda con el libro-. Creo que con éste demoramos hasta diciembre.
Desde hacía años sabía el doctor Giraldo que el telegrafista ocupaba sus horas libres en transmitirle poemas a la telegrafista de San Bernardo del Viento. Ignoraba que también leyera novelas.
-Ya esto es en serio -dijo, hojeando el manoseado mamotreto que despertó en su memoria confusas emociones de adolescente-. Alejandro Dumas sería más apropiado.
-A ella le gusta éste -explicó el telegrafista.
-¿Ya la conoces?
El telegrafista negó con la cabeza.
-Pero es lo mismo -dijo-; la reconocería en cualquier parte del mundo por los saltitos que da siempre en la erre.
García Márquez. La mala hora. Página 59.
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