miércoles, 6 de agosto de 2008

OSCAR WONG




CON MIS OJOS BUSCO a la mujer que amo.
Con mis manos palpo a la mujer que amo.
Esa mujer que canta es la mujer que amo.
Esa mujer que llora es la mujer que amo.
Esa mujer que siembra la Palabra Sacra es la mujer que amo.



Más allá de la corriente etérea de los sueños la persigo.
Aspiro el suave aroma de su cuerpo.
Raudo acudo cuando su voz me llama.
Tiemblo cuando el oleaje turbio de los celos me golpea.
Heme aquí cantando:
Alzo la voz para que el eco agrande mis palabras.



Esta canción es un relámpago que anida en los cristales.
Límpido el día estalla brutal en la retina.
Inicio el aluvión que fluye desde la fuente eterna del Amor.
Aquí la transparencia azul del mediodía crece.



Su mirada tiene el vigor de la espesura.
Su mirada es el rumor del viento entre la milpa.
Gota de miel apetecida su mirada resplandece.



Parpadea su mirada con un temblor más tierno que el musgo.
El líquido amargo del adiós asoma a la pupila.
Con dulzura de niña amonestada llora:
sus lágrimas, líquido candor que arroja mansedumbre.



Desde el árbol del silencio pende mi corazón
y escucho el llanto de la mujer que amo.
Un gajo de sol aúlla en mis entrañas.
Me estremezco cuando la llama del quebranto la calcina.



En ritual silencioso mis hijos la contemplan.
Cristal endeble la mediatarde,
bocanada de melancolía,
fuego mustio ardiendo en el iris.



He visto la desnudez de su alma.
He contemplado ese tropel de espumas,
el aletear silencioso de sus párpados.



Amo el colibrí que asoma en su mirada.
Amo su mirada tierna si sonríe.
Amo sus tibias lágrimas donde navega la nostalgia.



Cuando ríe emergen crisantemos.
Cuando canta el aire destila filamentos de albor:
esplende el oro que habita en la garganta.



Pero la vida no es un montón de escombros,
ni el torrente amargo de la furia.
No la lluvia picoteando el asfalto como un ave infatigable,
ni la tiniebla irrumpiendo en los caminos.



La vida: ramo de rosas blancas que le ofrezco,
golondrina rauda escapando de la bruma,
fruta dúctil que muerdo con deleite.



En la memoria palpo su rostro:
sus labios evaporan la penumbra,
su voz hace florecer las sombras.
Su figura, lirio luminoso en el centro del mundo.



Y la amo.
Mucho antes que la Tierra se formara.



Mi canto: sol enardecido derramándose,
claridad profunda, aletear de la dulzura.



Desde la umbría conjuro la suavidad de su piel,
el prodigio del Amor en llamas,
el ceremonial de la divina cumbre.



Sí, ya sé que sobre la desatada serranía
crece la bruma, la ceniza fraguando la existencia.
Ya sé que el puño iracundo se rebela
y el crepitar del Universo irrumpe enfurecido.





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