Y el truco de la mercadotecnia volvió. Lo vi venir, conté los días, lo vi en las calles y... me atrapó. Y curiosamente no dolió. Muy al contrario, tuvo un significado para mí. Alguien me dijo -sí, tú la de las palabras dulces- que un 80% -¿era eso?, ¡que me he olvidado del porcentaje!- regalaban cosas por compromiso. Nunca lo había pensado así: tienes razón. Y eso fue lo mejor que pude haber comprendido en estos días. Mi regalo no salió de mi cabeza, ni provocó dolor en mis bolsillos. Mi regalo nació de este sentimiento que a diario me inspiras. No hay nada comparado con la mirada que pusiste cuando viste tus globos y tus rosas. No te lo esperabas de mí,¿verdad? La verdad yo tampoco... Y eso es lo lindo, saber que por ti puedo hacer cosas inesperadas y un poco ajenas a lo que siempre he sido. Y luego, ¡vaya celebración que hemos tenido! Me ha encantado todo de inicio a fin, me ha encantado...
Y así, al final, lo que parecía ser un discurso a favor de San Valentín se convirtió en la confesión tantas veces confesada:
Te amo.
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