Violeta Parra, la voz del pueblo chileno, fue una profunda conocedora del folclore de su país, que creó un tipo de canción de contenido social de gran fuerza y que se dio a conocer en todo el mundo a partir de los años 50 como uno de los pilares de la canción protesta en español.
Desde el siglo XVIII existían en Chile unos cantores populares, una especie de poetas, que recorrían el país de punta a punta. Su intención era registrar los acontecimientos de actualidad. Por sus canciones desfilaban los temas más variados: inundaciones, pestes, enfrentamientos, campañas electorales, terremotos, masacres, huelgas... Su tono era amargo, pero a menudo humorístico también.
La relación de Violeta Parra con esta poesía popular fue clara y de gran importancia. Fue la heredera de los cantores anónimos chilenos, pero marcó una importante diferencia: logró saltar las barreras del anonimato y se puso a la cabeza de la nueva canción chilena. Violeta fue una especie de puente entre este movimiento y sus anónimos maestros.
El repertorio de Violeta Parra consistió en temas de amplio consumo popular (corridos, boleros, valses o canciones españolas) hasta comienzos de los años 50, en que inició un cambio en su trayectoria artística, resultado de la influencia de esos viejos trovadores y de los recuerdos de su infancia en el sur donde había vivido un folclore profundamente campesino y casi incontaminado. Tenía 36 años. Había comprendido que su camino no estaba en ese pseudo-folclore de consumo melancólico, sentimental y dulzón que en ningún modo reflejaba la realidad de su pueblo. Declaraba por entonces: "La obligación de cada artista es poner su poder creador al servicio de los hombres, ya no se puede cantar a los arroyitos y las florecitas. Hoy la vida es más dura y el sufrimiento del pueblo no puede quedar desatendido por el artista."
A partir de ese momento Violeta hizo suyo el legado de los poetas trashumantes que deambulaban rastreando Chile con el canto en la boca. Son los años en que recopiló, compuso, pintó, esculpió, tejió, cantó y viajó. Tenía ya muy claro cuál debía ser su proyecto expresivo. Fue a partir de entonces la voz del pueblo, de sus temas queridos y olvidados, de su problemática y de sus intereses de clase. Es el momento en que comenzó su labor de recopilación e investigación de la entraña del folclore chileno: su música, sus instrumentos, las fiestas campesinas y el vestuario popular. Reconstruir los textos de las canciones fue quizá lo más importante de sus investigaciones, unas veces estaban incompletos, otras mezclados. Tenía que separarlos, continuar buscando, pueblo por pueblo, rancho por rancho, hasta dar con los fragmentos perdidos. Recopiló así más de tres mil canciones a lo largo y ancho del país.
Violeta investigó pero también compuso: fueron composiciones de una densidad y una fuerza difícilmente alcanzable. Tras una primera etapa en la que predominaban los temas líricos, Violeta fue tiñendo sus composiciones de honda pesadumbre y amargura. Unas veces eran los lamentos de su corazón enamorado, otras el dolor de la soledad en que la dejaba su amado. Su poesía se debatía entre la aflicción más profunda y el humor más desenfadado; muchas veces este humor era ácido, amargo y hasta irrespetuoso. Pero fueron las composiciones de su última etapa las que mejor definieron la vida y la obra de Violeta Parra. Eran composiciones comprometidas, de carácter crítico, agresivo e incluso subversivo. Arremetía contra la injusticia, la explotación y la miseria de qué era objeto su pueblo, contra la corrupción administrativa, contra los gobernantes o contra la magnificación del poder político.
Frente a la fuerza de su arte, uno no se explica por qué se la rechazó o se la ignoró, por qué los círculos literarios y musicales fruncían el ceño ante la poesía y la música de Violeta. Tuvo que morir para consagrar una obra genial ante la que tanta gente había permanecido sorda, ciega y muda mientras vivió.
Violeta Parra se suicidó en 1967. Poco antes de morir escribió su composición más famosa, Gracias a la vida. A pesar de que ya tenía meditado su destino en el momento de componerla, la canción no transmite ninguna amargura, es una composición estremecedora, una despedida serena del mundo que se había hecho insoportable para ella. Es una especie de compendio de su personalidad y de la que se desprende un sosegado aliento de esperanza.
Gracias A La Vida (Violeta Parra)
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que, en todo su ancho, graba noche y día grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos,
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano;
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
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