lunes, 2 de abril de 2007

(MIRA LO QUE ME ENCONTRÉ) SAN CARLOS, TAMAULIPAS






Texto: Vhaikleir Novalihns
En medio de enormes riquezas naturales y bellos paisajes, los pueblos de la Sierra de San Carlos en Tamaulipas intentan salir del olvido.
La Sierra de San Carlos es desconocida para muchas personas. ¿Quién había oído hablar de ella? Sin embargo, el estado de Tamaulipas está formado por tres macizos montañosos de considerable importancia ecológica, tanto por sus microclimas como por su particular fauna y flora: la Sierra Madre Oriental, la Sierra de Tamaulipas y la sierra de San Carlos; está última contrasta notablemente con las otras dos por su franca orientación de este a oeste.
Podríamos afirmar que San Carlos es la menos conocida de esta tres cordilleras debido a su ubicación, su clima y a la ausencia de ciudades importantes dentro del marco económico del estado.
Con una extensión total de 2 448.24 km2, abarca los municipios de San Carlos, Burgos, San Nicolás, Cruillas y Jiménez y, geológicamente hablando, está constituida por un conjunto de cuerpos intrusivos ígneos asociados a las calizas. Su parte oriental es amplia y tendida, mientras que la occidental, también conocida como Sierra Chiquita, es más escarpada y alcanza altitudes promedio de 1 200 metros sobre el nivel del mar.
Con un clima semiseco y una precipitación media anual de 700 mm, la vida en esta región es difícil. Su vegetación, botánicamente clasificada como matorral submontano y selva baja caducifolia, está compuesta por mezquite, uña de gato, huizache, nopal, lechugilla, maguey y otras cactáceas, especies restringidas a las zonas de lomas bajas y valles o planicies extensas, que solamente pueden ser aprovechadas en gran escala por el ganado caprino, debido a las fuertes pendientes y a la obstrucción superficial.
Aunque mucha de la gente está consciente de que el pastoreo extensivo de las cabras ha propiciado erosión en varias partes de la sierra, para ellos es imposible pensar en otro tipo de actividad ganadera; no cuentan con recursos para introducir nuevas especies y, además, los suelos y la escasez de agua resultan inadecuados para otro tipo de ganado. En las partes altas sobresalen encinos, robles y pinos, especies que debido a las pobres condiciones del suelo son de baja calidad comercial.
Los habitantes de los pueblos, rancherías y ejidos de esta sierra son gente seria y trabajadora, que vive en constante lucha contra las inclemencias del clima. Sus facciones son duras y su piel está quemada por el candente sol que impera gran parte del año, lo cual contrasta con su amabilidad y franqueza de carácter.
Los que no han emigrado a otras partes han aprendido a sobrevivir en esta inhóspita región de México y, pese a todo, son gente orgullosa de su tierra, de su historia; estarían dispuestos a dar la vida con tal de hacer valer la justicia, siempre de acuerdo con la idiosincrasia de sus pueblos.


SAN CARLOS, UN PUEBLO QUE SE NEGO A MORIR


San Carlos está ubicado en la parte sureste de las faldas de la Sierra del mismo nombre, y el noreste del estado de Tamaulipas. En un momento vio incrementada su población cuando el gobierno estatal finalmente construyó una carretera pavimentada; pero en años recientes ha visto cómo la gente continúa emigrando en busca de mejores oportunidades a otras ciudades del país.
Su fundación data del 26 de junio de 1766 y desde entonces se convirtió en punto de referencia para las rancherías y poblados aledaños. En 1769 fue capital provisional de la Nueva Santander, pero sólo unas cuantas familias provenientes de Burgos y Linares se asentaron en esos alejados lugares y vivieron de la caza abundante y de al escasa agricultura de temporal. El comercio se mantuvo bastante limitado por más de siglo y medio debido a lo inaccesible del lugar.
En épocas de la Revolución, sin embargo, San Carlos creció en importancia ya que fue utilizado como escondite así como centro de abasto. Tal vez fue entonces cuando alcanzó su máximo desarrollo, según lo muestran las viejas casas de sillar, de estilo sobrio norestense, con fachadas largas, un sinfín de puertas y ventanales de herrería, y techos altos para mitigar un poco el intenso calor que impera a lo largo del año. Pero éstas eran sólo unas cuantas, propiedades de las familias ricas.
Al terminar la Revolución, poblaciones como Abasolo, Padilla y Jiménez, entre otras, se vieron beneficiadas y muchos habitantes de San Carlos, así como los de otras rancherías, se fueron dando cuenta que en las ciudades había mejores oportunidades de trabajo y prefirieron emigrar; San Carlos quedó como un lejano pueblo en las montañas.
Las familias que permanecieron tenían poco contacto con el mundo exterior, y los caciques casi nada hacían para tratar de mejora su paulatino deterioro. Así, San Carlos fue cayendo en el olvido: aquellas viejas casas empezaron a derrumbarse.
Pero hubo un pequeño grupo que por amor a su tierra empezó a luchar contra los viejos caciques y se dirigieron al gobierno del estado para pedir ayuda económica. Tras largos años de extenuante lucha por la superviviencia lograron por fin que las autoridades los tomaran en cuenta. Les llegó la carretera y el teléfono, y San Carlos empezó a vivir de nuevo.
Hoy en día esta población cuenta con la carretera (72 km) que lo comunica con Barretal; con servicio telefónico, luz, agua y escuelas primaria y secundaria. Tiene un modesto hotel y un par de restaurantes, así como una línea foránea de autobuses que va a CiUdad Victoria. Su clima es más bien cálido la mayor parte del año, con intensos fríos y heladas en el invierno. Es famoso por su mezcal y la carnes seca, con la cual se prepara la famosa machaca.
Como atractivos tiene el Cerro del Diente, el más alto en toda la sierra con 1 680 msnm, y la feria regional que se celebra el 4 de noviembre, cuando llega la diversión con charreadas, carreras de caballos, palenques, juegos mecánicos y vendimias. Hace pocos meses se terminó de construir un pequeño balneario, en el cual la gente pasa las tardes y los fines de semana, como única forma de esparcimiento. Cerca de ahí se encuentra una antigua propiedad en ruinas que a primera vista parece haber sido una hacienda, pero según los lugareños fue una importante cuerearía en sus años de esplendor. Hoy se utiliza como corral y se encuentra dentro de una propiedad privada, cuyos dueños permiten a los visitantes admirar una de las edificaciones más antiguas de la región.
En lo alto de un cerro cerca de la cuerearía, encontramos una singular construcción solitaria, conocida como el Polvorín, donde se guardaba la pólvora y las municiones durante las guerras que han cimbrado al país y a pesar de los estragos del tiempo y del intemperismo, se mantiene enhiesto y fuerte, cual vigilante de la población.



Fuente: México desconocido No. 251 / enero 1998

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