lunes, 10 de diciembre de 2007




La calma retorna a mi mundo, después de dos semanas, quizá tres, de autotortura emocional, de días desprovistos de hambre, de, ¿por qué no decirlo?, dolor, las cosas vuelven a la normalidad.


No es que de pronto haya encontrado una pócima mágica que cure todos los problemas. El "origen de mis males" (lastima que no de mis "bienes") sigue tan presente como siempre, con esa característica que me maravilla y me aterra a la vez; sin embargo una vez que decidí enfrentarme a mis emociones las cosas cambiaron.


Fueron días difíciles y llenos de caos. Hacia donde quiera que me dirigía la tristeza se aferraba a cada unos de mis huesos. Las noches eran largas, eternas más bien, y las palabras se tornaban instrumentos de tortura.


La respiración se volvía un plasma denso que lastimaba mis pulmones, mis ojos amenazaban diluvio a cada instante. Me volví más taciturna, más callada, más susceptible, más triste de lo que había sido.


La luna me hería, las miradas rasgaban mis ojos, y había una voz que me transportaba al punto más alto del cielo y me dejaba caer al mismo instante.


Por primera vez me permití sentir con toda la intensidad que poseo y casi me autodestruyo. Estaba muriéndome de esa enfermedad que no es fácil de curar y que desvanece y aniquila hasta al más fuerte.


No he dicho que ya este "curada", digamos que simplemente he entendido que hay cosas que el ser humano no conseguirá por más que intente y que a veces es mejor seguir existiendo que aferrarse y vivir de obsesiones.


Por ahora todo marcha bien, no me he vuelto inmune, soy incluso ahora, más frágil que antes, sólo que ahora YA SÉ QUÉ SIENTO


La música ha cambiado dentro de mí. No más letras tristes por un tiempo.

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